Cuenta una antigua leyenda, olvidada por el tiempo pero grabada en el alma, que mucho antes de que el mundo fuera como hoy, los humanos no sabían amar.

Vivían, sí. Pero no sabían amar.

Entonces, los dioses, preocupados por la frialdad que crecía en los corazones, enviaron a la Tierra a unas criaturas especiales: los Amacanes.

Los Amacanes eran seres de cuatro patas, ojos sinceros y un corazón tan grande que apenas les cabía en el pecho.

Venían en forma de perro.

No hablaban como los humanos, pero su lenguaje era claro: estaban hechos de lealtad, ternura, juego, paciencia y ese amor que no espera nada a cambio.

A cada persona le fue asignado un Amacan al nacer.

Estos compañeros no estaban solo para jugar o proteger: eran espejos. Enseñaban a mirar con el alma, a sentir con todo el ser.

A veces bastaba una mirada, una siesta juntos, una bienvenida eufórica tras un mal día, para que el corazón humano entendiera lo que es el amor incondicional.

Y así, los Amacanes cumplían su misión: despertar el amor dormido en las personas.

Pero con el tiempo, como en toda leyenda, los humanos comenzaron a desconectarse. Se perdieron entre pantallas, metas y ego, y olvidaron mirar a los ojos de sus Amacanes.

Algunos hasta los abandonaron.

Pero los Amacanes, aunque tristes, no se fueron. Solo se hicieron más sutiles. Empezaron a habitar en los recuerdos, en una mirada cálida..

Se dice que aún viven en los collares de las almas puras, en las joyas que guardan historias verdaderas, y que si cierras los ojos, respiras hondo y recuerdas lo que es amar sin condiciones...

… sentirás la presencia de tu Amacan, moviendo la cola en lo profundo de tu corazón.

Y entonces, el amor volverá a ti. Suave. Fuerte. Real.